La Vida Pop de Gustavo Cerati
Nunca un choripán, un morcipán o siquiera un chanchipán en la vida de Gustavo Cerati: el evento de presentación de su nuevo disco Fuerza natural fue, como todo lo que lo rodea, una verdadera hemorragia de glamour, expresada en unos deliciosos canapés untados una sustancia que bien podría estar hecha con las lagañas del Arcángel Gabriel y completados por una rodajita de una rara especie de koala de montaña de la que sólo quedaban tres ejemplares en el mundo... hasta anoche. Aunque primero se pensó en hacerlo al aire libre en Plaza de Mayo, luego se pasó a un coqueto (y pequeño) local de Palermo Hollywood llamado Belushi, en homenaje a los dos platos más pedidos en el local: beluga y sushi. El problema fue que nadie recordó achicar la lista de invitados, por lo cual casi cien mil personas se agolparon en la puerta. Así, dentro del caótico gentío, lograron ingresar excelsas personalidades como Eduardo Feinmann, Juan Krupoviesa y Nahuel Mutti, pero quedaron afuera luminarias de la talla de Paul McCartney y el Papa. Otras que no pudieron entrar fueron Shakira y Madonna, porque la lista estaba por apellido.
"Hasta que vos no llegues esto no arranca", me dijo la jefa de prensa, alzando mi ego a niveles exorbitantes (luego recordé que me habían dado la llave del local, y ahí la frase cobró más sentido). Arribé a eso de las 19:30 ataviado con una remera de los Redondos, a ver qué onda, pero al primer traumatismo de cráneo decidí bajar mi nivel de punk en sangre y me la cambié por una de Alex Ubago. Ahí estuvo todo piola.
Sorteando ese escollo presente en todos los eventos llamado Juan Cruz Bordeu, me acerqué a la barra a pedir un clericó, pero antes de lograr mi cometido me abarajó el Chipi Barijho y, con un guiño cómplice, me mostró las billeteras que había logrado pistolear hasta el momento: una cosecha para nada despreciable. En algo parecido andaba Humberto Tetajéo, baterista del grupo rolinga ortodoxo La Deformada, quien había entrado haciéndose pasar por Rocío Guirao Díaz y llevaba ya 169 relojes peluqueados. "Todos re pitucos", definió.
El momento de zozobra de la jornada se dio cuando un porrón lleno de cerveza se estrelló contra el suelo. Mientras Mosca de 2 Minutos lloraba desconsoladamente, Pato Fontanet culpaba a Chabán y a Ibarra desde la otra punta del local. En eso, Charly Alberti entró al local blandiendo una cadena, expresando a viva voz su reconocida afición por Manowar y luego tirando una bomba de humo para retirarse diciendo "muejeje".
Como no podía ser de otra manera, la llegada de Gustavo revolucionó el evento, mas no puedo contarles mucho porque justo estaba en el baño (luego le pedí a Catalina Dlugi que me cuente cómo fue pero su relato no me convenció). Entonces tuve la posibilidad de charlar con Alejandro Lerner, pero no quise.
Tras esto, un típico diálogo manager - periodista en un pasillo. El periodista, un servidor. El manager... lo mantendremos en el anonimato:
M: Mancu, tenemos que hacer algo un día de estos, estoy manejando una banda que se llama Muerte a Todo, hacen un punk melódico tipo Julio Iglesias pero a mil, ¿viste? Son cuatro mamarrachos y no saben tocar ni un culo en una orgía, pero son rubios. Van a andar muy bien.
P: Mandame el disco a casa.
M: No tienen disco. Te los mando a ellos, van con las cosas, te tocan unos temas. ¿Dónde vivís?
P: Anotá: Avenida Ricardo Iorio 37689, segundo piso B, Anaheim, California.
M: Joya. Mañana a las 7 de la mañana los tenés por ahí.
P: Morite.
M: ¿Qué?
P: Aguante vos.
A esa altura ya eran las cuatro de la mañana. Cerati dormía en un sofá mientras Barijho se esforzaba por chafarle la billetera sin despertarlo y Juan Cruz Bordeu interactuaba agraciadamente consigo mismo frente a un espejo. La escena me parecía curiosa, hacía frío y estaba lejos de casa, y así fue cómo decidí que ya era suficiente para mí. Cargué el morral con una deliciosas y exclusivísimas empanaditas de unicornio que todavía quedaban en una bandeja y llegué a la salida. Me mofé de Benedicto XVI que todavía pugnaba por entrar, tomé un taxi para aparentar status, me bajé dos cuadras después y me subí al 140 y di por terminada una velada en la que la famosa triada de sexo, drogas y rock n' roll fue reemplazada por empujones, petit fours y agradable música funcional.
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