"Los ambientalistas a veces se pasan de hippies"


Charly Alberti acaba de convertirse en representante de la fundación de Al Gore para el cono sur. Su fama como baterista de Soda Stereo se usará ahora en la campaña mundial sobre el cambio climático. Compró tierras en la Patagonia, donde -opina- "con Benetton están mejor"; alienta el control de la natalidad para recuperar el equilibrio ecológico y responde a la críticas a The Climate Project: "Sí, hay un gran negocio. Y ojalá sea tan grande que todos se quieran meter".


Tal vez usted no lo haya notado, pero hace más o menos un mes, la foto apareció en los diarios y no hubo despliegue ni grandes reportajes y los medios, tal su costumbre, eligieron informar sobre otros temas, la último foto vendida de Carla Bruni desnuda, las nuevas bondades de consumir ajo, la banalidad en todas sus formas. La imagen estaba a la vista y sin embargo pasó inadvertida, siguió su curso, como se dice, sin pena ni gloria. En esa captura, una toma rápida que no luce por su calidad sino por la magnitud del suceso que retrata, hay dos hombres: uno estadounidense, ex vice presidente, devenido pronosticador de la debacle del mundo por culpa del cambio climático; el otro argentino, estrella de rock, convertido en activista del ecologismo. Al Gore y Charly Alberti se saludan como dos viejos amigos del secundario que un día se reúnen gracias a Facebook. Pero cocinan, en realidad, un asunto más groso. Es el final de un congreso sobre calentamiento global en la ciudad de Nashville y están sellando el acuerdo que convierte al ex baterista de Soda Stereo en la cara para Sudamérica de la fundación The Climate Project, la ONG que el vice de Bill Clinton fundó cuando terminó su mandato.

La pregunta, entonces, aflora sin necesidad de pensar: ¿Cómo llegan a cruzarse estos dos hombres? Más o menos en el mismo momento en que Alberti ensayaba para el regreso de Soda, Al Gore estrenaba el documental Una verdad incómoda en los Estados Unidos, un alegato sobre el fin inminente del equilibrio ecológico, financiado por el Banco Mundial y destinado a convertirse en la plataforma de lanzamiento de su organización ambiental, que predica la creación de áreas protegidas y el control de natalidad para evitar, entre otras cosas, la fractura del orden natural.

Charly, dice, vio lo película y se incomodó. El film plantea, en líneas generales, que si no hacemos algo pronto el planeta va a desplomarse sobre nosotros. Cerrá la canilla, no dejés el DVD en stand by o la notebook en shut down, no te cuelgues, advierte, porque esos pequeños actos a simple vista inofensivos conducen finalmente al retroceso de los glaciares, la desertificación, el Apocalipsis, la nada.

De todo eso tomó nota el baterista de Soda, antes de subirse al barco de Gore para convertirse en el rostro de las campañas ambientales futuras de The Climate Project en el Cono Sur. Y ahora, para explicar sus motivaciones conservacionistas, decide retroceder en el tiempo. Está sentado en una sala Hi-tech de su estudio de grabación, atento a las preguntas y relajado, como en una versión unplugged de sí mismo.

–Tengo que volver a la infancia. Me crié en una granja. Mi papá tenía animales, caballos, gallinas, perros, un amor por la naturaleza predicado desde el primer día.

La primera vez que intentó militar por la ecología fue hace veinte años, cuando Greenpeace desembarcó en la Argentina. Alberti dice que fue a las oficinas de la organización y que le dieron unas remeras, pero que todavía no sabían bien qué hacer.

–Estaban en pelotas –cuenta– y yo no tenía más tiempo porque estallaba Soda. Pero me acuerdo de un póster donde estoy con una remera, con las mangas cortadas y el mundito con el S.O.S. impreso. Eso quedó en buenas intenciones, pero yo ya marcaba una tendencia hacia la ecología.

–Por lo visto temprana, porque la discusión ambiental es relativamente joven en la Argentina.
–Sí, tendrá cinco años. Pero hace mucho que la tengo en la cabeza. Yo trato de tener una conducta ecológica con respecto al consumo de energía. Apago siempre las luces. Tengo un Honda Fit que es el auto más eco friendly que existe hoy por hoy en la Argentina, color plateado, a pesar de que me gusta un color más oscuro.

–¿Cómo es eso?
–Tiene que ver con la energía, con cuánta energía reflecta. Trato, en la medida que puedo, de tomar esas decisiones–, dice el músico y sigue.

Poco después de la mega gira que Soda Stereo realizó en 2007 por toda Latinoamérica, Alberti compró tierra en la Patagonia, la niña mimada por los conservacionistas del mundo, el último pulmón. El baterista adquirió siete hectáreas entre dos lagos prístinos, kilómetros al sur de Bariloche, edificó un refugio soñado, lo bautizó Strawberry Fields y se dirigió a las oficinas de Parques Nacionales para ver en qué podía colaborar. Ahora planea diseñar un circuito interpretativo y un camping organizado. Quiere concientizar desde los hechos y esa, dice, es su forma de militar por la conservación de los espacios naturales. Pero su arribo al sur también generó polémicas y ciertas suspicacias. Un periodista de una radio de Bariloche sugirió que Alberti pretendía controlar el acceso a un lago, como se presume que hacen otros extranjeros establecidos en la zona.

–Una locura, un disparate, pero dejame que te cuente.
Alberti habla con energía. Acentúa y recarga ciertos conceptos como para que quede claro que pisa sobre seguro y que pretende ser transparente con sus objetivos. Se refiere, entonces, a la Patagonia.

–Decidí ayudar motivado también por la emoción que me daba estar viviendo en un parque nacional y porque amo la Patagonia de toda mi vida.

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