ZETA BOSIO Verdad consecuencia


Un rocker atípico que cambió pavas por sifones. Tiene su propia discográfica, es DJ y viaja por el mundo con su “Rock Road”. Sale con una modelo veinteañera y se lleva bien con su ex mujer. ¿Lo tenías con casi cien kilos?



    - Contame tu relación con las pavas.

    - Mi viejo tiene una fábrica de manijas: las manijas de todas las pavas, cacerolas y cafeteras de Buenos Aires las hacía él y ahora las hace mi hermano en un taller de San Fernando. Yo trabajé muchos años en la fábrica; tengo quemaduras de bronce hirviendo. Los tanos tienen la costumbre de que los chicos laburen: nosotros faenábamos cerdo y hacíamos vino. A los ocho años entraba con mi primo a lavar las paredes de la bordalesa y cuando salíamos -después de veinte minutos con los vahos etílicos- teníamos un pedo que nos cagábamos de risa el resto de la tarde. Hacíamos salame y en vacaciones de invierno, cortábamos baquelitas, sacábamos las rebarbas y las dejábamos lisitas con una lima.

    - ¿Ponía una moneda el viejo?

    - Me compré toda la colección de los Beatles y mi equipo de música con eso.

    - La antítesis del rockero promedio… típica familia Campanelli…

    - De los Soda el que venía de familia de artistas era Charly, pero tanto Gustavo como yo éramos chicos de clase media que no fuimos educados para ser estrellas de rock.

    - ¿Cómo lo procesaron?

    - Adaptándonos a cada situación; cada uno lo hizo como pudo. Yo lo disfruté siempre; tengo mi familia, y una relación fantástica con mis chicos y con mi ex, con la que compartí muchísimos años de vida. Para mí Soda no fue un problema. El concepto de familia lo pudimos trasladar a la banda. Cuando volvimos, tocamos con el mismo sonidista con el que nos habíamos separado, tuvimos al mismo manager de los últimos años de trabajo… En mi compañía ahora es igual.

    - Trasladaste la concepción tana a tu empresa…

    - Para mí, cuando la gente trabaja con la camiseta puesta trabaja de otra forma; cuando se pone el plus de amor, se marca la diferencia.

    - Contame el secreto de la amable convivencia entre tu ex mujer y tu novia.

    - Poniéndole onda, respetando… Es gente especial con la que uno se junta. Mi ex, Silvina, es una mina muy especial y Estefanía también, si no me aburro con la gente que no tiene sueños.

    - Dijiste alguna vez que estás con Estefanía porque sos un hombre niño y ella una niña mujer…

    - Ella es una chica muy joven, que tiene una vivencia y ha tenido que resolver situaciones que la han hecho madurar muy temprano. Es muy querida…

    - ¿Y vos sos como Don Fulgencio?

    - No…hice de todo: jugué al fútbol y sólo trabajaba en las vacaciones de invierno hasta las cuatro de la tarde y después calle... Los míos eran tanos que la vinieron a pelear acá sin un mango, los primeros años vivieron en un rancho, después se pudieron meter en la fábrica, la compraron y trajeron a sus mujeres de Brescia.

    - ¿Usás tus dos apellidos, Bosio Bertolotti?

    - No, sólo Bosio; Bertolotti no iba como marca… a menos que hubiera tenido una fábrica de fideos.

    - ¿Y Zeta? - A comienzos de la new wave, Gustavo y yo éramos estudiantes de Publicidad. Rafael Abud, un amigo nuestro que escribía en la revista “Roll” nos dijo que teníamos que armar una ficha de presentación: nos quitó un año a Gustavo y a mí y puso que yo nací en San Fernando Valley. De ahí que muchos me pregunten si nací en California. Hector Bosio no era glamoroso; le dije que me decían Ceta por cetáceo, porque hacía remo con 90 y pico de kilos; era una ballena. Y ahí vino Zeta. Vos pensá que “Los Violadores” se llamaban Stuka, Pil Trafa… La tendencia del punk y la new wave era cambiarse los nombres por nombres de aviones de la Segunda Guerra, de ametralladoras y nos plegamos. Charly quiso mantener el nombre artístico del padre y Gustavo no transó con cambiarse el suyo.

    - ¿Quién fue el Mecenas de Soda?

    - Pasamos por distintos momentos. El que nos sacó del pozo y nos hizo firmar contrato, después quiso abusarse de la banda y terminamos repeleados, con el contrato demorado y grabando casi dos años más tarde de lo que teníamos que grabar. Empezó a subestimar nuestro material y no nos gustó. Ohanian, Rodríguez Ares, Daniel Kon y Marcelo Angiolini, sobre todo, hicieron mucho por la banda.

    - ¿Te cuesta salir a la calle acá?

    - A todos nos cuesta salir a la calle acá (risas).

    - ¿Hay esa cosa histérica con vos?

    - Si vas al programa de Susana Gimenez no podes ir a ningún lado por una semana, pero después se calma. Me pasa cuando voy a tocar, que me desborda.

    - ¿Cómo te pegó en lo sentimental el regreso de Soda?

    - Es otra de las cosas lindas que te pasan en la vida; es un gran privilegio haber hecho una banda que le gustó a mucha gente y que después de diez años -aunque te lleves mal- te vuelvas a juntar. Ahí te das cuenta que todas las asperezas se liman a partir de la buena energía que se genera en torno.

    - ¿Te sentiste raro?

    - No me sentí como en los mejores tiempos de Soda, pero fue como hacer una película 3D en vivo, es un acto. Nosotros somos como magos, vivimos actuando y generando ilusión en la gente y eso es lo lindo. Mi papá me decía “andá a laburar, vago, que con eso no vas a hacer nada” y cuando yo veo un estadio lleno de gente que entra en un estado de felicidad, sin haberle puesto nada al agua ni haber tirado ningún gas, como drogados de felicidad sólo porque estamos tocando música, decís “esto es importante”.

    - ¿Tus viejos te fueron a ver? - Sí, los dos, por suerte. Mi vieja me fue a ver antes de irse, la llevábamos en carrito por todos lados porque ya caminaba poco.

    - ¿Qué le pasa a tu viejo por la cabeza cuando te ve?

    - Qué sé yo qué pasa por dentro de la cabeza del tano, es muy reservado. Se le nota la cara de felicidad, de orgullo… aparte no es algo que se lo tenga que decir yo; vienen el vecino, el panadero y se lo dicen. Es como que él se convirtió en “el papá de Zeta”.

    - Ya no te dice más “andá a laburar, nene”…

    - No, dice “levantate temprano”

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